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Foto del escritorAlicia Maya Mares

🕊️🏚️ Un abismo llama a otro abismo: La Azotea, de Fernanda Trías

Actualizado: 16 jul 2021


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La Azotea (2020)- Fernanda Trías

Publicación: 2020

Editorial: Dharma Books

Páginas: 137


“Tal vez la Tierra 🌎 sea redonda sólo para evitar que la gente vaya hasta el borde del mundo y salte al vacío, para que no podamos escapar de ella.”

Appel du vide.

Así se le llama en francés a las ganas ¿incomprensibles?, de saltar cuando nos enfrentamos a una gran distancia entre nosotros y el suelo.

El anti-miedo a las alturas. Fun fact, mis xoloscuincles.

La Azotea (2020) es destrucción en caída libre.


Paranoia, vida familiar casi tóxica, conflictos con la maternidad, la fugacidad del dinero 💸 y de la sanidad…

Leer esta novela fue experimentar un ambiente opresivo donde las paredes se iban cerrando sobre los personajes; donde una podía paladear la cal y el moho en la boca.

Sí: me invadieron unas ganas tremendas de salir a un espacio abierto y respirar el mítico “aire fresco” 🌬️ que el 2020 se llevó, qué les digo.




No hay manera pretenciosa de explicar el argumento: una mujer cuida de un hombre enfermo que, después descubrimos, es su padre. Este se dejó desfallecer después de que su esposa, Julia, falleciera en un accidente de coche. Todos los personajes, sin saber lidiar con la pérdida y despegándose poco a poco de la humanidad y de las preocupaciones ligadas a esta —gas, luz🕯️💡, cuentas, relaciones con otras personas o comida— son interpretados según el narrador no confiable que es Clara.


Una jaula dentro de otra.


Ella, inestable debido a su embarazo y la ausencia del progenitor (quien realmente nunca se menciona, al menos explícitamente), se la pasa haciendo malabares para cuidar de todos.


Incluido el pájaro 🐦mascota que acompaña a su padre enfermo. Ambos están siempre encerrados en una habitación tapiada, donde apenas entra la luz.


¿Nunca vemos la azotea...?


Al principio, pensé que era algo irónico que una novela titulada La Azotea sucediera, casi en su totalidad, dentro de una casa cayéndose a pedazos.


A mitad de esta novela comprendí que la azotea de este edificio era, al mismo tiempo, el lugar donde la protagonista se sentía más vulnerable a las miradas 👀 de todos, pero también el lugar donde esta “desnudez” creaba una sensación de libertad tristemente fugaz.


El simbolismo se refuerza con la conexión entre el pájaro en la jaula y la convalecencia del padre, también.

La destrucción se refleja en el ámbito interno y en el externo: la casa, la salud física y emocional de sus habitantes. La azotea se vuelve una luz al final del túnel que realmente nadie quiere esforzarse por alcanzar. Porque Clara, entendemos después, es paranoica.

Esta novela me recuerda mucho al estilo de Schweblin u Ojeda en el sentido de que se valen de sus personajes no estables ni confiables para que, a través de sus ojos trastocados, transitemos un mundo extraño que ellos no ven como tal.


Y, muy en vena de las tendencias actuales, la narración en La Azotea da saltos tremendos en la perspectiva emocional y varios saltos en el tiempo, pero nada “emocionante” sucede. No hay balazos ni puñaladas: lo más tenso que se pone el ambiente es cuando a Clara la cachan robándose el agua 🚰🚿 de los vecinos, balde tras balde.

“A veces hasta el propio pensamiento es una invasión, como mirarse desnuda al espejo: da más vergüenza que si nos viera otro.”

¿Gente cuerda o más bien loca?


Cabe mencionar esta frase de Rodrigo Fresán refiriéndose a Samanta Schweblin: “es una científica cuerda contemplando locos, o gente que está pensando seriamente en volverse loca”. Lo mismo aplica para Fernanda Trías, creo yo.

Obsesiones y preocupaciones bien descritas, tensión a flor de piel, sí, todo eso hay aquí, pero la lectura se sintió extrañamente opaca.

Las ansias de libertad de Clara —la única adulta de aquella casa 🏚️“funcional”, y aun así un ser humano muy inestable— se traducen en una especie de venganza autodestructiva que no era fácil de predecir, pero sí de leer.


Aunque, el ambiente está *besito de chef*

“Las campanas no son doradas como en los cuentos sino grises o amarronadas, revestidas de la materia verdosa de las palomas 🕊️. No suenan nunca, ni siquiera los domingos. Por eso se me ocurre que la iglesia está hechizada.”

Vean nomás ese ambiente creado en tres oraciones: genera una sensación de abandono y decadencia -más cierta magia apagada- sin aludir a palabrotas domingueras.

Esto me comprueba que fue una narración estupenda, mas no un argumento que me interesara mucho.

Aun así, el anzuelo estaba lanzado 🎣, hundido en la piel rosada interna de mi mejilla, y no tardé mucho en leerlo.

Debo reconocer que tiene muy buenas frases y me generó una tristeza y angustia verdaderas por toda la situación, pero más por la niña, Flor. Ni el reconocimiento de su inocencia, o la comprensión de que esta decadencia familiar es tan plausible que podría estar sucediendo a dos cuadras de distancia, resuelve nada. Y esa, claro, es una verdad terrible.


Esta novela fue una crónica de autodestrucción 💥 anunciada.

“Calculé los metros que me separaban de la vereda y sentí el impulso de saltar. Imaginé que saltaba y que caía intacta; imaginé que daba un salto larguísimo y que cruzaba hasta el techo de la iglesia. Tuve que alejarme del borde no por vértigo, sino por miedo a ese deseo ridículo que podía volverse incontrolable.”

Es el llamado del vacío, prueba de que un abismo 🕳️llama a otro abismo 🕳️. Y La Azotea es una reconstrucción de la caída en cámara lenta de una familia entera.

¡Es un Kaiju Categoría 3, mis Jaegers!

¡Esta es una reseña que NO está en Youtube, en mi canal ⏯️de Leer en Neón!


Visítalo de todos modos, allí hablo sobre la literatura con amor y respeto, pero sin perder un toque de diversión. Sí, hablo de memes.

Novelas gráficas, manga, poesía, narrativa, dramaturgia… en fin, hay de todo un poco.

Recuerda que en el blog seguiré subiendo reseñas, incluso de libros de los que no he hablado en Youtube 😎

También actualizaré los libros que compro en Insta y en Twitter.

Con solo una personita que le haya servido la reseña, me doy por bien servida. ¡Éntrale!

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